Aún no había herida,
pero la sangre caía ya
por los cuerpos abajo.
Naciente,
sin corte o punzada alguna,
resbalaba roja
en la eclosión ardiente
del sudor y la carne.
Aún relucían los bordes
de las dagas sin amo,
sin empuñadura aún,
al filo de algunas madrugadas
felices y sangrientas.
La imagen pertenece al blog de Demián Aiello
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