Me debo a mi deber de colegiala,
de aprendiz confusa,
de preguntona sin remedio.
Le pedí un préstamo
para crecer a la vida,
me hipotequé los días
en un pago infinito,
pero de las tres cosas
que guardé en la mochila,
una fue un botecito pequeño
con mis sueños,
que relleno en las noches
que duermo con el ángel
que vive en el infierno.
Ruidos de cinco letras,
se repite la i,
la uve se duplica,
la erre es un zarpazo
de erre misma.
Me debo a la palabra,
mi equilibrio es un caos
con son de temporal,
asumo esta existencia,
esta naturaleza tan mísera y perfecta,
la condición de fuego y hielo,
prisionera en la esperanza,
cautiva en lo que está
más allá de la esperanza.
Me debo a mi deber
de los deberes,
a estar dejando siempre
para mañana
lo que podría hacer hoy,
a hacer hoy
lo que nunca hice ayer.
Me debo a la gran deuda
de existir,
de besar la felicidad
de cuando en cuando,
de tragar dolores,
regar esperanzas,
mal nutrir tristezas,
respirar mañanas.
Me debo a no deberme.
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